Descripción
Los ensayos de Mary Oliver son simples en el mejor sentido de la palabra, esa «simplicidad, simplicidad» que reclamaba Thoreau y de la que hizo su insignia. En ellos hay una suerte de impulso ético pero siempre embarrado, ligado a la tierra y al camino, una filosofía para la vida deducida de las observaciones más cercanas e imperceptibles, una espiritualidad sin templo ni credo que no deja a nadie fuera: creyentes y descreídos, apáticos y apasionados, próceres y colibríes, robles leñosos y efímeros mosquitos. Pero, cada vez que les canta a las hojas, los ciervos o los escarabajos, cada vez que los hace objeto de su razón poética, sus palabras se transforman en rezo, meditación y elegía. Mary Oliver se pregunta continuamente cómo vivir, y sus textos no dan respuesta, pero sí consuelo.