Descripción
Pedro García Olivo analiza cómo la Escuela, ya desde la época de la Revolución, se ha erigido en México en una instancia mayúscula de aniquilación de la idiosincrasia indígena. El modelo de organización autónoma indígena, allí donde no se vio sustancialmente alterado por la injerencia occidental, se caracteriza, y no sólo en Chiapas, por unas estructuras y prácticas sociales altamente participativas, con rotación de cargos y -en buena medida- de tareas, que rehúyen, por sí mismas, la especialización, favorecen el apoyo mutuo en forma de intercambio de bienes o servicios, evitan la monetarización de las relaciones y dejan en manos de la comunidad la administración de la justicia y la producción y difusión del saber.
En detrimento de esta educación tradicional, comunitaria, sin aulas ni profesores, la Escuela multicultural aspira a optimizar la colonización mental de los indígenas y su conversión en mano de obra barata. La Escuela difunde hábitos sociales, ideas y valores hostiles a la organización comunera; favorece el abandono de las pautas culturales autóctonas por parte de los más jóvenes, a quienes se les inculca el deseo individualista de un éxito personal fuera de la comunidad y hasta en perjuicio de los intereses de la colectividad Sin embargo, cuando la resistencia indígena entorpece este proceso de aniquilación cultural, y confluye además un interés económico que desata la avidez del capital nacional o multinacional, al lado de la escuela aparece la bala (el terror policial, militar y paramilitar), pudiéndose hablar de un verdadero holocausto indígena, lento genocidio que los Gobiernos occidentales velan y alientan. El caso de los experimentos escolares zapatistas en Chiapas merece especial atención para García Olivo.
Consciente de las dificultades a las que se enfrenta la resistencia chiapaneca, el autor intenta analizar en qué medida la inserción de la Escuela en el tejido comunitario puede ayudar a consolidar o convertirse en un peligro para los modelos de participación y autogestión indígenas, y para el proyecto mismo de autonomía. Tras una profunda reflexión al respecto, aboga por una profundización en la «educación comunitaria indígena», en las prácticas informales de enseñanza, en las instancias de transmisión cultural tradicionales; modalidades de socialización del saber, de subjetivización y de moralización de los comportamientos mucho más coherentes con el espíritu de la democracia india -y con el igualitarismo social y económico subyacente- que el engendro altericida de la Escuela occidental.